sábado, 1 de octubre de 2022

San Francisco de Asís







Francisco nació en Asís, ciudad de Umbría, en el año 1182. Su padre, Pedro Bernardone, era comerciante. El nombre de su madre era Pica y algunos autores afirman que pertenecía a una noble familia de la Provenza. Tanto el padre como la madre de Francisco eran personas acomodadas. Pedro Bernardone comerciaba especialmente en Francia. Como se hallase en dicho país cuando nació su hijo, la gente le apodó "Francesco" (el francés), por más que en el bautismo recibió el nombre de Juan.

En su juventud, Francisco era muy dado a las románticas tradiciones caballerescas que propagaban los trovadores. Disponía de dinero en abundancia y lo gastaba pródigamente, con ostentación. Ni los negocios de su padre, ni los estudios le interesaban mucho, sino el divertirse en cosas vanas que comúnmente se les llama "gozar de la vida". Sin embargo, no era de costumbres licenciosas y era muy generoso con los pobres que le pedían por amor de Dios.

Cuando Francisco tenía unos 20, estalló la discordia entre las ciudades de Perugia y Asís, y en la guerra, el joven cayó prisionero de los peregrinos. La prisión duró un año, y Francisco la soportó alegremente. Sin embargo, cuando recobró la libertad, cayó gravemente enfermo. La enfermedad, en la que el joven probó una vez más su paciencia, fortaleció y maduró su espíritu. Cuando se sintió con fuerzas suficientes, determinó ir a combatir en el ejército de Galterío y Briena, en el sur de Italia. Con ese fin, se compró una costosa armadura y un hermoso manto. Pero un día en que paseaba ataviado con su nuevo atuendo, se topó con un caballero mal vestido que había caído en la pobreza; movido a compasión ante aquel infortunio, Francisco cambió sus ricos vestidos por los del caballero pobre. Esa noche vio en sueños un espléndido palacio con salas colmadas de armas, sobre las cuales se hallaba grabado el signo de la cruz y le pareció oír una voz que le decía que esas armas le pertenecían a él y a sus soldados.

Francisco partió a Apulia con el alma ligera y la seguridad de triunfar, pero nunca llegó al frente de batalla. En Espoleto, ciudad del camino de Asís a Roma, cayó nuevamente enfermo y, durante la enfermedad, oyó una voz celestial que le exhortaba a "servir al amo y no al siervo". El joven obedeció. Al principio volvió a su antigua vida, aunque tomándola menos a la ligera. La gente, al verle ensimismado, le decían que estaba enamorado. "Sí", replicaba Francisco, "voy a casarme con una joven más bella y más noble que todas las que conocéis". Poco a poco, con mucha oración, fue concibiendo el deseo de vender todos sus bienes y comprar la perla preciosa de la que habla el Evangelio.

Aunque ignoraba lo que tenía que hacer para ello, una serie de claras inspiraciones sobrenaturales le hizo comprender que la batalla espiritual empieza por la mortificación y la victoria sobre los instintos. Paseándose en cierta ocasión a caballo por la llanura de Asís, encontró a un leproso. Las llagas del mendigo aterrorizaron a Francisco; pero, en vez de huir, se acercó al leproso, que le tendía la mano para recibir una limosna. Francisco comprendió que había llegado el momento de dar el paso al amor radical de Dios. A pesar de su repulsa natural a los leprosos, venció su voluntad, se le acercó y le dio un beso. Aquello cambió su vida. Fue un gesto movido por el Espíritu Santo, pidiéndole a Francisco una calidad de entrega, un "sí" que distingue a los santos de los mediocres.

San Buenaventura nos dice que después de este evento, Francisco frecuentaba lugares apartados donde se lamentaba y lloraba por sus pecados. Desahogando su alma fue escuchado por el Señor. Un día, mientras oraba, se le apareció Jesús crucificado. La memoria de la pasión del Señor se grabó en su corazón de tal forma, que cada vez que pensaba en ello, no podía contener sus lágrimas y sollozos.

A partir de entonces, comenzó a visitar y servir a los enfermos en los hospitales. Algunas veces regalaba a los pobres sus vestidos, otras, el dinero que llevaba. Les servía devotamente, porque el profeta Isaías nos dice que Cristo crucificado fue despreciado y tratado como un leproso. De este modo desarrollaba su espíritu de pobreza, su profundo sentido de humildad y su gran compasión. En cierta ocasión, mientras oraba en la iglesia de San Damián en las afueras de Asís, le pareció que el crucifijo le repetía tres veces: "Francisco, repara mi casa, pues ya ves que está en ruinas".

El santo, viendo que la iglesia se hallaba en muy mal estado, creyó que el Señor quería que la reparase; así pues, partió inmediatamente, tomó una buena cantidad de vestidos de la tienda de su padre y los vendió junto con su caballo. Enseguida llevó el dinero al pobre sacerdote que se encargaba de la iglesia de San Damián, y le pidió permiso de quedarse a vivir con él. El buen sacerdote consintió en que Francisco se quedase con él, pero se negó a aceptar el dinero. El joven lo depositó en el alféizar de la ventana. Pedro Bernardone, al enterarse de lo que había hecho su hijo, se dirigió indignado a San Damián. Pero Francisco había tenido buen cuidado de ocultarse.

jueves, 18 de agosto de 2022

San Bartolome

 


Parece que Bartolomé es un sobrenombre o segundo nombre que le fue añadido a su antiguo nombre que era Natanael (que significa "regalo de Dios") Muchos autores creen que el personaje que el evangelista San Juan llama Natanael, es el mismo que otros evangelistas llaman Bartolomé. Porque San Mateo, San Lucas y San Marcos cuando nombran al apóstol Felipe, le colocan como compañero de Felipe a Natanael.


El encuentro más grande de su vida.


El día en que Natanael o Bartolomé se encontró por primera vez a Jesús fue para toda su vida una fecha memorable, totalmente inolvidable. El evangelio de San Juan la narra de la siguiente manera: "Jesús se encontró a Felipe y le Bartholomew.jpg (24186 bytes) dijo: "Sígueme". Felipe se encontró a Natanael y le dijo: "Hemos encontrado a aquél a quien anunciaron Moisés y los profetas. Es Jesús de Nazaret". Natanael le respondió: " ¿Es que de Nazaret puede salir algo bueno?" Felipe le dijo: "Ven y verás". Vio Jesús que se acercaba Natanael y dijo de él: "Ahí tienen a un israelita de verdad, en quien no hay engaño" Natanael le preguntó: "¿Desde cuándo me conoces?" Le respondió Jesús: "antes de que Felipe te llamara, cuando tú estabas allá debajo del árbol, yo te vi". Le respondió Natanael: "Maestro, Tú eres el Hijo de Dios, Tú eres el Rey de Israel". Jesús le contestó: "Por haber dicho que te vi debajo del árbol, ¿crees? Te aseguró que verás a los ángeles del cielo bajar y subir alrededor del Hijo del Hombre." (Jn. 1,43).

Felipe, lo primero que hizo al experimentar el enorme gozo de ser discípulo de Jesús fue ir a invitar a un gran amigo a que se hiciera también seguidor de tan excelente maestro. Era una antorcha que encendía a otra antorcha. Pero nuestro santo al oír que Jesús era de Nazaret (aunque no era de ese pueblo sino de Belén, pero la gente creía que había nacido allí) se extrañó, porque aquél era uno de los más pequeños e ignorados pueblecitos del país, que ni siquiera aparecía en los mapas. Felipe no le discutió a su pregunta pesimista sino solamente le hizo una propuesta: "¡Ven y verás que gran profeta es!"

Una revelación que lo convenció.


Y tan pronto como Jesús vio que nuestro santo se le acercaba, dijo de él un elogio que cualquiera de nosotros envidiaría: "Este sí que es un verdadero israelita, en el cual no hay engaño". El joven discípulo se admira y le pregunta desde cuándo lo conoce, y el Divino Maestro le añade algo que le va a conmover: "Allá, debajo de un árbol estabas pensando qué sería de tu vida futura. Pensabas: ¿Qué querrá Dios que yo sea y que yo haga? Cuando estabas allá en esos pensamientos, yo te estaba observando y viendo lo que pensabas". Aquélla revelación lo impresionó profundamente y lo convenció de que este sí era un verdadero profeta y un gran amigo de Dios y emocionado exclamó: "¡Maestro, Tú eres el hijo de Dios! ¡Tú eres el Rey de Israel! ¡Maravillosa proclamación! Probablemente estaba meditando muy seriamente allá abajo del árbol y pidiéndole a Dios que le iluminara lo que debía de hacer en el futuro, y ahora viene Jesús a decirle que El leyó sus pensamientos. Esto lo convenció de que se hallaba ante un verdadero profeta, un hombre de Dios que hasta leía los pensamientos. Y el Redentor le añadió una noticia muy halagadora. Los israelitas se sabían de memoria la historia de su antepasado Jacob, el cuál una noche, desterrado de su casa, se durmió junto a un árbol y vio una escalera que unía la tierra con el cielo y montones de ángeles que bajaban y subían por esa escalera misteriosa. Jesús explica a su nuevo amigo que un día verá a esos mismos ángeles rodear al Hijo del Hombre, a ese salvador del mundo, y acompañarlo, al subir glorioso a las alturas.

Desde entonces nuestro santo fue un discípulo incondicional de este enviado de Dios, Cristo Jesús que tenía poderes y sabiduría del todo sobrenaturales. Con los otros 11 apóstoles presenció los admirables milagros de Jesús, oyó sus sublimes enseñanzas y recibió el Espíritu Santo en forma de lenguas de fuego.

El libro muy antiguo, y muy venerado, llamado el Martirologio Romano, resume así la vida posterior del santo de hoy: "San Bartolomé predicó el evangelio en la India. Después pasó a Armenia y allí convirtió a muchas gentes. Los enemigos de nuestra religión lo martirizaron quitándole la piel, y después le cortaron la cabeza".

Para San Bartolomé, como para nosotros, la santidad no se basa en hacer milagros, ni en deslumbrar a otros con hazañas extraordinarias, sino en dedicar la vida a amar a Dios, a hacer conocer y amar más a Jesucristo, y a propagar su santa religión, y en tener una constante caridad con los demás y tratar de hacer a todos el mayor bien posible.

jueves, 7 de julio de 2022

Isaias





VIDA

El nombre Isaías significa “Yave es salvación” (Yave o Jehová, nota del traductor). Asume dos diferentes formas en la Biblia Hebrea: como autor en el texto del Libro de Isaías, y en otros escritos del Antiguo Testamento, por ejemplo en IV Reyes, xix, 2; II Par., xxvi, 22; xxxii, 20, 32, en ellos se lee Yeshá`yahu, y en otras colecciones de los profetas como Yeshá`yah, en griego es Esaías, y en latín, generalmente se acepta como Isaias, aunque algunas veces también, como Esaias.

Con este mismo nombre se reconocen a otras cuatro personas en el Antiguo Testamento (Esd., viii, 7; viii, 19; II Esd., xi, 7; I Par., xxvi, 25); en tanto que los nombres de Jesaia (I Par., xxv, 15), y Jeseias (I Par., iii, 21; xxv, 3) pueden ser considerados más bien como variantes. Por medio del profeta mismo (i, 1; ii, 1) sabemos que fue hijo de Amos. Este nombre tiene similitudes entre el griego y el latín y se relaciona con el profeta pastor de Thecue. Algunos inicialmente tomaron el nombre del profeta Amos por el padre de Isaías. En el prefacio de su trabajo "Commentary on Amos" (P.L., XXV, 989) San Jerónimo puntualiza este error.

No conocemos casi nada de la ascendencia de Isaías, pero varios pasajes de sus profecías (iii, 1-17, 24; iv, 1; viii, 2; xxxi, 16) nos permite inferior que pertenecía a una de las mejores familias de Jerusalén. Una tradición judía lo menciona en el Talmud (Tr. Megilla, 10b.) y lo señala como sobrino del Rey Amasias. No se tiene referencia del año de nacimiento del profeta; pero se considera que tenía alrededor de veinte años cuando dio inicio a su ministerio público.

Muy probablemente fue ciudadano o nativo de Jerusalén. Sus escritos incuestionablemente muestran signos de una gran cultura. De sus profecías (vii y viii) aprendemos que se casó con una mujer a quien se refiere como “la profetisa” y que tuvo dos hijos, She`ar­Yashub y Maher­shalal­hash­baz. Nada indica que se haya casado dos veces, como algunas historias llamativas tratan de hacer ver, señalando que Almah de vii, 14, fue también su esposa.

Se estima que el ministerio profético de Isaías llegó a durar cerca de medio siglo, desde el año que terminaba Ozías, Rey de Judá, posiblemente hasta los tiempos de Manasses. Se trata de un período de gran actividad profética. Israel y Judá ciertamente demostraron estar con gran necesidad de guías. Luego de la muerte de Jeroboam II, revoluciones se sucedieron a revoluciones y la parte norte del reino se había hundido rápidamente en el vasallaje a los asirios.

Las Naciones de Occidente sin embargo, se recobraron de los problemas de principios del octavo siglo, y manifestaban aspiraciones de independencia. Rapidamente las tropas de Theglathfalasar III marcharon hacia Siria. Grandes tributos fueron impuestos y grandes amenazas se cernía sobre los que manifestaban reticencias con los pagos. En 725, Osee, el último rey de Samaria cayó miserablemente bajo el poder de Salmanasar IV, y tres años más tarde Samaria caía en las manos de los asirios.

Mientras tanto, el reino de Judá escasamente tenía un mejor destino. Un largo período de paz había enervado los ánimos y el joven e inexperimentado Achaz no fue un contrincante importante para los sirios e israelitas que le confrontaron. Preso de pánico, y a pesar de lo que le había dicho Isaías, resolvió apelar a Theglatfalasar. La ayuda de Asiria estuvo asegurada, pero la independencia de Judá quedó prácticamente hipotecada.

La actividad literaria de Isaías es atestiguada por el libro canónico que lleva su nombre; por otra parte la alusión se hace en II el párrafo, XXVI, 22, a los "actos de Ozías primero y la sección última escrita por Isaías, el hijo de los Amos, el profeta ".

Otro fragmento del mismo libro nos informa que "el resto de los actos de Exequias y de sus relacionados, está escrito en la visión de Isaías, hijo de los Amos, el profeta", en el libro de los reyes de Judá e Israel. Tal es al menos, la lectura de la Biblia Masoretica, pero su texto aquí, si podemos juzgar de las variantes del griego y de San Jerónimo, aparece como adulterado.

La mayoría de los comentaristas que creen en estos fragmentos, piensan que el escritor se refiere a los segmentos XXXVI-XXXIX. Debemos finalmente mencionar la "Ascensión de Isaías", contemporáneamente atribuida al profeta, pero nunca admitida en el Canon.

EL LIBRO DE ISAIAS


El libro canónico de Isaías está compuesto de dos distintas colecciones de discursos. Una de ellas (capítulos 1-35) es llamada algunas veces el “Primer Isaías”; la otra (capítulos 40-66) se denomina por los modernos críticos, como el “Deutero o Segundo Isaías”.

Entre esas dos secciones se interpone una que tiene un rasgo más bien de historia narrativa; algunos autores como Michaelis y Hengsterberg, sostienen junto a San Jerónimo, que las profecías están colocadas en orden cronológico. Otros como Vitringa y Jahn, dicen que están en orden lógico; otros finalmente, como Gesenius, Delitzsch, y Keil, piensan que el orden es parcialmente lógico y parcialmente cronológico. No menor desacuerdo prevalece sobre el asunto del colector.

Aquellos que piensan que Isaías es el autor de todas las profecías contenidas en el libro, dan prominencia fija al profeta en sí mismo. Pero para los críticos que cuestionan lo genuino de algunas de las partes, la compilación fue realizada por un colector desconocido. Es necesario, antes de tomar una posición, analizar el contenido.

Primer Isaías


En la primera colección (cc. i-xxxv) parece que el agrupamiento de los discursos se realizó de acuerdo a los diferentes temas: (1) cc. i-xii, oráculos relacionados con Judá e Israel; (2) cc. xiii-xxiii, profecías concernientes de manera principal con naciones extranjeras; (3) cc. xxiv-xxvii, un apocalipsis; (4) cc. xxviii-xxxiii, discursos sobre las relaciones entre Judá y Asiria; (5) cc. xxxiv-xxxv, futuro de Edom e Israel.

Primera sección


En el primer grupo (i-xii) podemos distinguir dos subcomponentes. En el capítulo i se hace referencia a la ingratitud de Jerusalén y a su falta de fe. Se han cometido severas faltas, pero aún así el perdón puede asegurarse y con ello un verdadero cambio en la vida. Las venganzas de Judá se refieren al tiempo de la coalición sirio-efrainita (735) o a la invasión asiria (701).

En el capítulo ii se amenaza con el juicio sobre el orgullo, lo que parece ser una de las primeras advertencias del profeta. A eso sigue (iii-iv) una severa reprimenda a los gobernantes de las naciones por la injusticia contra las mujeres de Sión en función de la lujuria. La bella apología de los siervos del viñedo, es un prefacio para el anuncio de los castigos debido a los desórdenes sociales. Esto parece estar dirigido a los últimos días de Joatham, o al principio de los días de Achaz (de 736 a 735 A. de C.).

En el siguiente capítulo (vi), fechado para el año de la muerte de Ozías (740), se narra el llamado del profeta. Con vii se abre una serie de enunciados impropiamente llamados “el Libro de Emmanuel”. Se compone de profecías sobre la guerra sirio-efrainita, y finaliza con una descripción ( ¿independiente del contexto?) de qué país se espera tener en la perspectiva de un futuro reino soberano (ix, 1-6). El capítulo ix, 4,7 en cinco estrofas anuncia que Israel se encamina a la ruina.

Estas alusiones están relacionadas con la rivalidades entre Efraín y Manasses y posiblemente con las revoluciones que siguieron a la muerte de Jeroboam II. En este caso la profecía puede ser fechada entre 743-734. Mucho más tardía es la profecía contra Azur (x, 5-34), más tardía que la captura de Arshad (740), Calano (738), o de Charcamis (717). La situación histórica a la que se hace referencia es la del tiempo de la invasión de Sennacherib (aproximadamente 702 o 701 A. de C.). El capítulo xi describe el feliz reino propio del rey ideal, y un himno de acción de gracias y de alabanza es con lo que se cierra esta primera división (xii).

Segunda sección


La primera referencia es hecha a Babilonia (viii, l-xiv, 23). La misma enfatiza la referencia que el profeta hace al exilio; un hecho que la hace ubicar un poco antes de 549; otros sostienen que fue escrita a la muerte de Sargon (705).

El capítulo 24-27 cuenta la historia de la derrota del ejército asirio en las montañas de Judá, y algunos puntualizan que se trata de un texto mal colocado y que era parte de la profecía contra Azur (x, 5-34). La misma pertenece sin duda al período de la campaña de Sennacherib. El siguiente pasaje (xiv, 28-32) fue provocado por la muerte de algunos de los filisteos: los nombres de Achaz (728), Theglatfalasar III (727), y Sargon (705) han sido sugeridos en relación con el mencionado acontecimiento, lo que parece bastante probable. Los capítulos xv-xvi, “la carga de Moab” es según varios autores, algo relacionado con el reino de Jeroboam II, Rey de Israel (787-746), y su fecha es dada sólo como parte de conjeturas.

La “carga de Damasco” (xvii, 1-11) se dirigió también contra el reino de Israel, y debe ser asignada aproximadamente al año 735 A. de C. Se hace aquí una referencia también a Etiopía (prob. 702 ó 701). Luego viene la sobresaliente profecía acerca de Egipto (xix), el interés de lo cual se ha reforzado con los descubrimientos recientes en Elefantina (vv. 18, 19).

Esta fecha presenta un problema, existen otras opiniones que la sitúan entre los años 720 a 672 A. de C. El siguiente segmento (xx) contra Egipto y Etiopía, se adscribe al año en el cual Ashdod fue sitiado por los asirios (711). Si se refiere a la captura de Babilonia (xxi, 1-10) en lo que se alude como “el peso o carga del desierto”, es algo que no es fácil determinar. Esto se debe fundamentalmente a que durante el tiempo de Isaías, Babilonia fue sitiada y tomada dos veces (710, 703, A. de C.).

Críticos independientes se inclinan por pensar que esto se refiere a una descripción de la toma de Babilonia en el 528 A. de C. algo similar a la descripción que se tiene en referencia al cautiverio en Babilonia. Los dos profecías breves, una sobre Edom (Duma; xxi, 11-12) y otra sobre Arabia (xxi, 13-17) no ofrecen pistas sobre cuando fueron pronunciadas. En el capítulo xxii, 1-14, se muestra una reprimenda a los habitantes de Jerusalén.

El resto del capítulo de Sobna (Shebna) es objeto de los reproches por parte del profeta, además de amenazas (aproximadamente 701 A. de C.). La sección finaliza con el anuncio de la ruina y la restauración de Tiro (xxiii).

Tercera sección


La tercera sección de la primera colección incluye los capítulos xxiv-xxviii, algunas veces denominados “el Apocalipsis de Isaías”. En la primera parte (xxiv-xxvi, 29) el profeta anuncia que en un indeterminado futuro, el juicio precederá el reino de Dios (xxiv).

A partir de allí y en términos simbólicos, anuncia la alegría de los buenos y el castigo a los malos (xxv). A esto le sigue el himno de los elegidos (xxvi,1-19). En la segunda parte (xxvi, 20-xxvii) el profeta describe el juicio sobre Israel y sus vecinos. Las fechas a que pueden referirse son motivo de discusión entre los críticos. Algunos lo atribuyen al 107 A. de C. otros, a fechas anteriores al 79 A. de C.

Es necesario subrayar, no obstante, que ambas ideas y el lenguaje de estos cuatro capítulos, apoyan la tradición en cuanto a atribuir este apocalipsis a Isaías. La cuarta división abre con un pronunciamiento de advertencia contra Efraín (y quizá Judá; xxviii, 1-8) escrito antes de 722 A. de C.

La situación histórica implicada en xxviii, 9-29, es una fuerte indicación de que este pasaje fue escrito aproximadamente en el 702 A. de C. A la misma fecha corresponderían xxix-xxxii, profecías concernientes con la campaña de Sennacherib. Estas secciones concluyen con un himno triunfante (xxxiii) en donde el profeta se regocija con la entrega de Jerusalén (701). Los capítulos xxxi-xxxv, la última división, anuncia la devastación de Edom, y el gozo por las bendiciones de Israel.

Varios críticos sostienen que estos dos capítulos fueron escritos durante el período de cautividad del Siglo VI. Los análisis no nos permiten tener una noción incuestionable de que esta primera colección se debe al trabajo de Isaías.

Es difícil cuestionar seriamente lo genuino de estas profecías, y la colección de ellas, en su conjunto, puede atribuirse a los últimos años de vida del profeta o a un tiempo inmediatamente luego. Puede ser que existan pasajes que reflejen etapas posteriores. Ellas encontrarían su ruta dentro del libro, con base en el recuento de cuestiones análogas a las de los genuinos escritos de Isaías. Es poco lo que se puede decir de xxxvii-xxxix.

Los primeros dos capítulos narran la demanda que hace Sennacherib, el rendidor de Jerusalén, y el cumplimiento de las profecías de Isaías en cuanto a su entrega; xxxviii nos dice sobre la enfermedad de Ezequías, la cura, y la canción de gracias; por último, xxxix nos habla de la embajada enviada por Merodach Baladan y la respuesta del profecta de Ezequías.

Segundo Isaías


La segunda colección (xl-lvi) se refiere a la restauración de Israel luego del exilio en Babilonia. Las principales líneas de división, propuestas por el jesuita Condamine, son las siguientes:

Una primera sección comprende la misión y el trabajo de Ciro; y está compuesta de cinco piezas:

(a) xl-xli: llamado de Ciro a fin de que sea instrumento de Jehová en la restauración de Israel;

(b) xlii, 8-xliv, 5: Israel en relación con el exilio;

(c) xliv, 6-xlvi, 12: Ciro liberará a Israel y permitirá la reconstrucción de Jerusalén;

(d) xlvii: ruina de Babilonia;

(e) xlviii: las relaciones pasadas entre Dios y su pueblo se colocan en perspectiva hacia el futuro. En seguida se encuentran otro grupo de llamados, los que se han estilizados por los académicos alemanes como "Ebed­Jahweh­Lieder"; esto está compuesto de xlix-lv (a lo cual se le debe agregar xlii, 1-7) junto con lx-lxii.

En esta sección podemos ver el llamado del sirviente de Jehová (xlix, 1-li, 16); luego la llamada gloriosa a Israel (li, 17-lii, 12); luego se describe al sirviente de Jehová compartiendo con su pueblo los sufrimientos y muerte (xlii, 1-7; lii, 13-15; liii, 1-12); a eso le sigue la visión de un nuevo Jerusalén (liv, 1-lv, 13, y lx, 1-lxii, 12).

El capítulo lvi, 1-8 desarrolla esta idea, la del surgimiento de los corazones, sin importar cual haya sido su condición anterior, sí pueden ser admitidos como parte del pueblo escogido de Jehová. En lvi, 9-lvii, el profeta carga contra la idolatría y la inmoralidad que practican los judíos, se contrasta con la piedad que ha sido observada (lvii). En lix el profeta representa al pueblo confesando sus pecados, este humilde reconocimiento hace que Jehová tome en cuenta a aquellos que “han dejado la rebelión”.

Una descripción de la dramática venganza de Dios (lxiii, 1-7) es seguida de una oración de misericordia (lxiii, 7-lxiv, 11), y el libro cierra con una escena de castigo a los malos y de felicidad para los buenos. Muchas preguntas perplejas han sido formuladas por la exegesis en relación con el “Segundo Isaías”. The "Ebed­Jahweh­Lieder", en particular, sugiere muchas dificultades. ¿Quién es este “Sirviente de Jehová”? ¿Aplica este título a la misma persona de los diez capítulos?

¿Tuvo el escritor en mente, un personaje de épocas pasadas, o uno que pertenecía a su propio tiempo, o era el Mesías que debía venir, o aún estaba pensando en una persona ideal? La mayoría de los comentaristas ven en el “Sirviente de Jehová” a un individuo. ¿Pero es este individuo una de las más grandes figuras de Israel? No se han dado respuestas satisfactorias al respecto.

Los nombres de Moisés, David, Ozías, Ezequías, Isaías, Jeremías, Josías, Zorobabel, Jechonías, y Eleazar, han sido sugeridos para ser ese personaje. La exégesis católica siempre ha puntualizado el hecho de que todas las características del “Siervo de Jehová” se encuentran en la persona de Nuestro Señor Jesucristo.

Es por tanto, ese el personaje al que se refiere el profeta. El “Segundo Isaías” aborda aspectos más fundamentales y menos problemas importantes. Con la excepción de dos pasajes, el punto de vista de esta sección es el del Cautiverio en Babilonia. Existe una diferencia notable entre estos veintisiete capítulos y lo correspondiente al “Primer Isaías”.

Más aún, las ideas teológicas de xl-lxvi muestran un decidido avance sobre los aspectos tratados en los primeros treinta y nueve capítulos. Si esto es verdad, quiere decir que ¿se puede concluir que xl-lxvi no son textos escritos por el mismo autor de las profecías de la primera colección, y por ello no se relacionan estrictamente a la vivencia del “Segundo Isaías” en el Cautiverio de Babilonia? Tal es el aspecto contencioso que mantienen varios académicos modernos no católicos.

Este no es el lugar para establecer una discusión intricada acerca de este aspecto. Por ello, limitaremos la situación a lo que la academia católica puntualiza en este sentido. Esto se encuentra contenido muy claramente en lo que estableció la Pontificia Comisión Bíblica, el 28 de junio de 1908.

APRECIACION DEL TRABAJO DE ISAIAS


Puede no ser inútil estudiar las características prominentes del gran profeta, sin duda alguna una de las personalidades más llamativas de la historia hebrea. Sin asumir ninguna posición oficial, es preciso reconocer la posición que tuvo Isaías tomando parte activa durante cuarenta años difíciles, que ocurrieron en el control de la política de su país.

Sus consejos y sus reprimendas fueron muchas veces desatendidos, pero la experiencia finalmente enseñó a Judá que las opiniones del profeta significaron siempre advertencia sobre la situación política del pueblo. Para entender la tendencia de su política es necesario recordar los principios que la animaron.

Fundamentalmente, los principios se basaron en su férrea a inamovible fe en el Dios que gobernaba el mundo, y particularmente su propia gente y las naciones que tienen contacto con El. La gente de Judá, olvidadiza con Dios, se dedicó a prácticas idólatras y a muchos desórdenes sociales; había prestado muy poca atención a las advertencias del profeta.

Una cosa lo alarmó solamente: las otras naciones hostiles que los amenazaban; pero cabe preguntar, ¿no eran la gente elegida de Dios? Él no permitiría ciertamente que su propia nación fuera destruida, como había sucedido con otros pueblos.

Se trataba de que prudentemente se tomaran las medidas a fin de evitar los peligros. Siria e Israel planeaban los ataques contra Judá y su rey; Judá y su rey acudirían a la nación poderosa del norte, y más adelante al rey de Egipto.

Isaías no se prestaría a esta política basada en perspectivas de corto plazo, tratada de desarrollar por prudencia o con base en una confianza religiosa falsa; no se intentaba ver más allá del momento presente. Judá estaba en condiciones terribles. Sólo Dios podía salvarla; pero la primera condición colocada para la manifestación de su poder, debía basarse en una seria reforma moral y social.

Los sirios, efrainitas, asirios, y el resto de los pueblos, eran el instrumento del juicio de Dios. El fin era el derrocamiento de los pecadores. Yavé no permitiría que se destruyera totalmente a su pueblo; El guardará su convenio. Pero es inútil esperar que solamente con buenos deseos se pueda escapar de los peligros.

La fe de Isaías se mantuvo siempre firme con base en estos designios de Dios. Primero proclamó este mensaje al principio del reinado de Achaz. El rey y sus consejeros no vieron ninguna salvación para Judá excepto mediante la promoción de una alianza, que resultaría en un vasallaje con Asiria. A ello, el profeta se opuso con todo lo que tuvo a su alcance.

Con un claro sentido de previsión, Isaías percibió claramente que el peligro no provenía de la tribu de Efraín. Lo que ocurrió ciertamente fue que la intervención de Asiria en los asuntos de Palestina implicó un derrocamiento completo del equilibrio del poder a lo largo de la costa mediterránea.

Por otra parte, el profeta no manifestó ninguna duda en que tarde o temprano se desarrollaría un conflicto entre los imperios rivales del Eufrates y el Nilo; para ese entonces, se tendría un verdadero enjambre de problemas sobre Judá.

Para Isaías era visible la perspectiva que tomarían los acontecimientos: el curso que tomaba la política de Judá era como el vuelo de “aves tontas” que se lanzaban de cabeza en la red que las capturaría. El consejo de Isaías no fue tomado en cuenta y una por una, las consecuencias que él había previsto se fueron cumpliendo.

Él continuó proclamando sus profecías sobre los sucesos que se desencadenaban. Con cada nuevo acontecimiento de importancia dio una lección no solamente a Judá, sino también a las naciones vecinas. Damasco ha caído; como castillo de naipes, y los juerguistas de Samaria ven la ruina de su ciudad.

Los ricos y poderosos se jactan de su abundancia y posición aparentemente invulnerable; su condena no ha sido decretada sino provocada, y su caída asombraría al mundo. Asiria misma, cebada con el hecho de estropear a las naciones vecinas, Asiria "que es la venganza de Dios"; ella también tendrá su destino providencial, también tendría su resultado.

Dios ha decretado así la condenación de todas las naciones para la realización de sus propósitos y el establecimiento de un Israel nuevo, limpio de los infieles. Los políticos de Judá, hacia el final del reinado de Ezequías habían planeado una alianza con el rey de Egipto, a fin de estar contra Asiria y habían encubierto cuidadosamente su propósito para que no lo conociera el profeta.

Cuando Isaías se enteró de las preparaciones que se realizaban para la rebelión, ya era demasiado tarde para deshacer lo que se había desarrollado. Pero él podría dar por lo menos desahogo a su cólera (véase Is, xxx), y sabemos ambas versiones tanto en la Biblia como en el Sennacherib de la campaña de 701; cómo el ejército asirio conminó a egipcios en Altaku (Elteqeh de Jos., xix, 44), Accaron capturado, y se tuvo venganza contra Judá; Jerusalén fue salvada, únicamente mediante el pago de un enorme rescate.

Lo que había anunciado Isaías, no obstante, aún no se había completado. El ejército asirio se retiró; pero Sennacherib, considerando la inseguridad que estaba presente, a pesar de ser una ciudad fortificada, hizo exigir la capital de Ezequías; de manera inmediata. El monarca no dio una respuesta directa, pero hizo una oferta humilde, enviando a Isaías a interceder por la ciudad.

El profeta llegó a tener un mensaje tranquilizador. Pero el plazo para la capital de Judá era corto. Pronto, una embajada asiria llegó con una carta del rey mediante la cual se imponía un ultimátum.

La ciudad era presa del pánico y se sabía que un hombre había del cual Sennacherib no había prestado atención; era mediante él que se daría respuesta al ultimátum de los orgullosos asirios: “La virgen, del desdeñado Sión y de lo que se ha despreciado; … El no vendrá a esta ciudad, ni lanzará flecha alguna. Por el camino que venga se regresará, y a la ciudad no vendrá, dice el Señor” (xxx, 22, 23).

Sabemos en realidad que una catástrofe repentinamente alcanzó al ejército asirio y con ello se cumplió la promesa de Dios. Esto justificó la política que de manera divina inspirada en Isaías; con ello se prepararon los corazones judíos para la reforma religiosa llevada a cabo por Ezequías; no se tenían dudas de las directrices del profeta.

En el repaso del lado político de la vida pública de Isaias, hemos visto ya algo de sus ideas religiosas y sociales; todos estos puntos de vista de hecho se conectaron, tuvieron relación íntima con su enseñanza. Conviene ahora ahondar un poco más en esta parte del mensaje del profeta. La descripción de Isaias de la condición religiosa de Judá en la última parte del siglo octavo A. de C. es cualquier cosa, excepto adulación.

Jerusalén se compara a Sodoma y a Gomorra; la mayoría de la gente era más supersticiosa que religiosa. Los sacrificios fueron ofrecidos fuera de rutina; la brujería y la adivinación estaban por doquier; la sociedad trataba de deleitarse, los placeres extranjeros fueron incluidos, se dejó de lado al Dios verdadero. Muchas veces en secreto se practicó la adoración inmoral de algunos de los ídolos foráneos; esta actividad fue extensa en particular en las clases altas, en la corte, con ello se daba un ejemplo abominable.

La corrupción se hacia presente en todo el reino, en los altos funcionarios, el lujo era cada vez más ostentoso entre los pudientes, la insensibilidad de las mujeres, la ostentación de la clase media, la parcialidad vergonzosa de los jueces, la avaricia sin escrúpulos de los dueños de grandes propiedades, todo ello estaba allí junto a la opresión del pobre y los humildes.

El dominio de la soberanía feudal asiria no cambió en casi nada esta lamentable situación. A los ojos de Isaías este orden de cosas era intolerable; y él nunca se cansó de reiterar que tales condiciones no podían durar. La primera condición de la reforma social era la derogación de reglas injustas y corruptas; los asirios eran los medios designados por Dios para nivelar el orgullo y tiranía.

Con sus ideas equivocadas sobre Dios, la nación se imaginaba que el Señor no se refería a las actitudes de los adoradores. Pero Dios detesta a los sacrificios ofrecidos por “… manos llenas de sangre. Lávense ustedes y estén limpios … liberen a los oprimidos, defiendan a los huérfanos y a las viudas …. Si no ocurre, la espada los devorará”(i, 15-20).

Aquí aparece Dios como el vengador de la justicia humana que ha sido desatendida conforme a sus designios divinos. Él no puede y no dejará la injusticia, crimen, y la idolatría como algo que no va a ser castigado. La destrucción de los pecadores inaugurará una era de regeneración, y un pequeño círculo de los hombres fieles a Dios serán los primeros frutos del nuevo Israel, un pueblo libre, gobernado desde la casa de David.

Con el reinado de Ezequías comenzó un período del renacimiento religioso. No podemos indicar hasta donde alcanzó la reforma, pero los santuarios en los cuales había existido abuso fueron suprimidos, y mucho del asherîm y el masseboth fueron destruidos.

El genio poético de Isaías estaba en cada respecto que era digno de su alta posición como profeta. Él no tiene igual en la poesía, descriptivo, lírico, o en la construcción de la elegía. Hay en sus composiciones, una elevación y una majestad infrecuente del concepto, y una abundancia sin par de las imágenes, y la dignidad nunca rebasando, sin embargo, la propiedad, la elegancia, y la dignidad extremas.

Él poseyó una energía extraordinaria en cuanto a adaptar su lengua a las ocasiones y las audiencias; él exhibe a veces una dulzura exquisita, y en otras, la severidad austera de las épocas; él sucesivamente se proyecta en la imagen del padre que aboga o bien la forma severa de un juez implacable. Unas veces hace uso de la ironía delicada para traer el hogar a sus oyentes; así puede hacer que se rompan las ilusiones más acariciadas o bien maneja las amenazas que pulsan como rayos poderosos.

Sus reprimendas no son ni impetuosas como las de Osee ni como las de Amos; él nunca permite la convicción de su mente o el calor de su corazón que gire como en descubierto ante cualquier característica; y también evita sobrepasar los límites asignados por el gusto más exquisito. Ese gusto exquisito es de hecho una de las características principales del estilo del profeta. Este estilo es rápido, enérgico, lleno de vida y color, y siempre casto y dignificado.

Por otra parte manifiesta un dominio maravilloso de la lengua. Justo se ha dicho que ningún profeta tenía siempre el mismo comando de pensamientos nobles; es justo agregar que nunca se expresó un pensamiento tan elevado del hombre en un lenguaje hermoso. San Jerónimo rechazó la idea que las profecías de Isaías constituían verdadera poesía, en el sentido completo de la palabra (Præf. P.L., XXVIII, 772).

Sin embargo la autoridad del Roberto Lowth, en sus "Conferencias sobre la Poesía Sagrada de los Hebreos" (1753), estimó que "el libro entero de Isaías para ser una obra poética, con pocas excepciones, no excederían el límite de unos cinco o seis capítulos". Esta opinión de Lowth, al principio fue casi imperceptible, pero más tarde ha llegado a ser más y más general en la última parte del Siglo XIX, y hoy en día es una opinión común entre los eruditos bíblicos.

sábado, 18 de junio de 2022

Solemnidad del Copus Christi



A fines del siglo XIII surgió en Lieja, Bélgica, un Movimiento Eucarístico cuyo centro fue la Abadía de Cornillón fundada en 1124 por el Obispo Albero de Lieja. Este movimiento dio origen a varias costumbres eucarísticas, como por ejemplo la Exposición y Bendición con el Santísimo Sacramento, el uso de las campanillas durante la elevación en la Misa y la fiesta del Corpus Christi.


Santa Juliana de Mont Cornillón, por aquellos años priora de la Abadía, fue la enviada de Dios para propiciar esta Fiesta. La santa nace en Retines cerca de Liège, Bélgica en 1193. Quedó huérfana muy pequeña y fue educada por las monjas Agustinas en Mont Cornillon. Cuando creció, hizo su profesión religiosa y más tarde fue superiora de su comunidad. Murió el 5 de abril de 1258, en la casa de las monjas Cistercienses en Fosses y fue enterrada en Villiers.

Desde joven, Santa Juliana tuvo una gran veneración al Santísimo Sacramento. Y siempre anhelaba que se tuviera una fiesta especial en su honor. Este deseo se dice haber intensificado por una visión que tuvo de la Iglesia bajo la apariencia de luna llena con una mancha negra, que significaba la ausencia de esta solemnidad.

Juliana comunicó estas apariciones a Mons. Roberto de Thorete, el entonces obispo de Lieja, también al docto Dominico Hugh, más tarde cardenal legado de los Países Bajos y a Jacques Pantaleón, en ese tiempo archidiácono de Lieja, más tarde Papa Urbano IV.

El obispo Roberto se impresionó favorablemente y, como en ese tiempo los obispos tenían el derecho de ordenar fiestas para sus diócesis, invocó un sínodo en 1246 y ordenó que la celebración se tuviera el año entrante; al mismo tiempo el Papa ordenó, que un monje de nombre Juan escribiera el oficio para esa ocasión. El decreto está preservado en Binterim (Denkwürdigkeiten, V.I. 276), junto con algunas partes del oficio.

Mons. Roberto no vivió para ver la realización de su orden, ya que murió el 16 de octubre de 1246, pero la fiesta se celebró por primera vez al año siguiente el jueves posterior a la fiesta de la Santísima Trinidad. Más tarde un obispo alemán conoció la costumbre y la extendió por toda la actual Alemania.

El Papa Urbano IV, por aquél entonces, tenía la corte en Orvieto, un poco al norte de Roma. Muy cerca de esta localidad se encuentra Bolsena, donde en 1263 o 1264 se produjo el Milagro de Bolsena: un sacerdote que celebraba la Santa Misa tuvo dudas de que la Consagración fuera algo real. Al momento de partir la Sagrada Forma, vio salir de ella sangre de la que se fue empapando en seguida el corporal. La venerada reliquia fue llevada en procesión a Orvieto el 19 junio de 1264. Hoy se conservan los corporales -donde se apoya el cáliz y la patena durante la Misa- en Orvieto, y también se puede ver la piedra del altar en Bolsena, manchada de sangre.

El Santo Padre movido por el prodigio, y a petición de varios obispos, hace que se extienda la fiesta del Corpus Christi a toda la Iglesia por medio de la bula "Transiturus" del 8 septiembre del mismo año, fijándola para el jueves después de la octava de Pentecostés y otorgando muchas indulgencias a todos los fieles que asistieran a la Santa Misa y al oficio.

Luego, según algunos biógrafos, el Papa Urbano IV encargó un oficio -la liturgia de las horas- a San Buenaventura y a Santo Tomás de Aquino; cuando el Pontífice comenzó a leer en voz alta el oficio hecho por Santo Tomás, San Buenaventura fue rompiendo el suyo en pedazos.

La muerte del Papa Urbano IV (el 2 de octubre de 1264), un poco después de la publicación del decreto, obstaculizó que se difundiera la fiesta. Pero el Papa Clemente V tomó el asunto en sus manos y, en el concilio general de Viena (1311), ordenó una vez más la adopción de esta fiesta. En 1317 se promulga una recopilación de leyes -por Juan XXII- y así se extiende la fiesta a toda la Iglesia.

Ninguno de los decretos habla de la procesión con el Santísimo como un aspecto de la celebración. Sin embargo estas procesiones fueron dotadas de indulgencias por los Papas Martín V y Eugenio IV, y se hicieron bastante comunes a partir del siglo XIV.

La fiesta fue aceptada en Cologne en 1306; en Worms la adoptaron en 1315; en Strasburg en 1316. En Inglaterra fue introducida de Bélgica entre 1320 y 1325. En los Estados Unidos y en otros países la solemnidad se celebra el domingo después del domingo de la Santísima Trinidad.

En la Iglesia griega la fiesta de Corpus Christi es conocida en los calendarios de los sirios, armenios, coptos, melquitas y los rutinios de Galicia, Calabria y Sicilia.

Finalmente, el Concilio de Trento declara que muy piadosa y religiosamente fue introducida en la Iglesia de Dios la costumbre, que todos los años, determinado día festivo, se celebre este excelso y venerable sacramento con singular veneración y solemnidad; y reverente y honoríficamente sea llevado en procesión por las calles y lugares públicos. En esto los cristianos atestiguan su gratitud y recuerdo por tan inefable y verdaderamente divino beneficio, por el que se hace nuevamente presente la victoria y triunfo de la muerte y resurrección de Nuestro Señor Jesucristo.